Viajar es irse, fugarse, moverse siempre hacia adelante y de vez en cuando regresar para de nuevo volver a partir

domingo, 22 de noviembre de 2009

La Taberna Tibetana.


Las almas de algunos de los hombres perdidos vagan por el mundo en busca de la verdad, o tal vez lo que en verdad hacemos es huir de ella; fuere lo que fuere, ahora no es el momento de tales disquisiciones. Sin embargo ocurre que de vez en cuando algunos de esos seres perdidos coincidimos en el tiempo y el espacio y nos juntamos. Así ocurrió en este caso que ahora os cuento: En una taberna regentada por una pareja de ancianos tibetanos refugiados y situada en las proximidades de la gran estupa de Bouda, una de las mayores estupas del mundo,  lugar religioso y místico como pocos en este planeta, en ella, los budistas oran y dan vueltas en rededor todo el día recitando sus oraciones, haciendo girar los cilindros con oraciones al cielo sin parar; pues como os iba diciendo en esta taberna cada noche nos juntábamos unos cuantos hombres y mujeres perdidos, y entre jarras de cerveza casera tibetana llamada "tika"  que se sirve caliente y está hecha con mijo fermentado, tiene un sabor similar al sake japonés cuando se toma caliente, o con una "Himalaya" cerveza rubia del país que también está muy buena aunque sea industrial, o un vaso de té, etc. y comiendo unos "momos" o empanadas al vapor de carne búfalo o de pollo calientes pasábamos unos buenos ratos conversando sobre el budismo, sobre la vida y la muerte, sobre la reencarnación, o sobre la salvación y el karma. Como la electricidad se iba y venía, una gran parte del tiempo era la luz de las velas las que nos iluminaba y aportan una atmósfera aún más misteriosa, mística y espiritual. Allí mis amigas y yo pasamos unos ratos verdaderamente mágicos. En la foto se puede ver a uno de los tipos perdidos de los que os hablo, un alemán cuyo nombre desconozco, con el en concreto no hablamos nunca, se ve que era hombre de pocas palabras y solo nos observa al resto como hablábamos y hablábamos sin parar, sin embargo con el compartimos días y días tiempo y lugar e intercambiamos miradas y sonrisas; y esa noche, con el descaro del que suelo hacer gala de modo habitual le hice esta foto sin permiso. Al día siguiente coincidimos de nuevo y pudimos ver como  unos lugareños le hicieron una despedida especial,  le colocaron varias bufandas ceremoniales y nuestros ojos fueron testigos de  una despedida con un ritual sereno y emotivo. Se ve que era un gran tipo y que le iban a echar de menos. El no volvió por la taberna y los siguientes días su mesa estaba vacía aunque estuviera con otra gente, y le echamos de menos. Son estos momentos y otros parecidos los que de verdad merecen la pena, los que se quedan grabados para siempre en mi corazón, los que impulsan a vivir un viaje continuo.