Viajar es irse, fugarse, moverse siempre hacia adelante y de vez en cuando regresar para de nuevo volver a partir

sábado, 21 de septiembre de 2013

Casares


Llegamos a primera hora de la tarde, hemos oído  hablar mucho de este pueblo y las ganas nos invanden como un niño esperando abrir un regalo. El viaje es en coche sin aire acondicionado y el calor se hace sentir una vez dejada la costa del sol por la hemos viajado siempre cerca del mar, con su brisa siempre confortadora y nos dirigimos a la serranía que hace frontera con la provincia de Cadiz. La carretera sinuosa, serpentea adherida a las faldas de los montes. Después de superar uno de los cerros de la serranía dejamos de ver el mar, y a cambio, inundando nuestras retinas con su luz blanca aparece el pueblo de Casares. A primera vista parece un pueblo de cuento pleno de historias viejas que parece engarzado en la falda del monte como una preciosa joya. Entre el canto de la cigarras y un sol de los que llaman de justicia comenzamos a recorrer sus calles estrechas que se empinan hasta  el limite que el buen caminar permite. Casas blancas todas ellas que reflejan la luz hasta cegar la mirada del viajero cuando presencia este espléndido pueblo al medio día de una tarde de verano.
El nombre de la ciudad se debe a Julio César, que al parecer utilizó los famosos baños de la Hedionda para curarse con sus aguas sulfurosas la enfermedad hepática que padecía.