Viajar es irse, fugarse, moverse siempre hacia adelante y de vez en cuando regresar para de nuevo volver a partir

martes, 12 de abril de 2016

Santa Sofia

Viajamos de Villa de Leyva en dirección a poniente sin rumbo fijo, sin GPS, sin saber donde vamos, solo nos dejamos llevar por los caminos, como el que encuentra un hilo y lo sigue sin saber a ciencia cierta que hay al otro extremo. Estábamos en ese dejarnos ir, de fluir cuando nos encontramos de golpe y porrazo atravesando un secarral: rocas desnudas, suelos áridos, un paisaje de tonos acres, una gama de amarillos y marrones,  con rojos de oxido de hiero y gris de pizarra que salpican rocas; un lugar que por estos sitios llaman "el desierto". Una singularidad dentro del verde vivo que cubre Colombia en  la mayor parte de su territorio.

De súbito, nos damos de bruces con una escena irreal, de ciencia ficción; ¿Que carajos es eso tan bonito?... No puedo dejar de mirar.
Según nos acercamos cobra un cierto sentido la imagen, parece ser un edificio... muy singular. Se aprecia que es grande y extraño de narices. Rompe el paisaje plano. Atraídos por un magnetismo inexplicable nos dirigimos hacia allá; quiero conocer a toda costa, saber de que se trata.

Al aproximamos, empezamos a formar criterio, vemos dominando desde lo alto del un cerro como se levanta un imponente edificio de hormigón (concreto le dicen en estos lares) con enromes ventanas de cristal que sustituyen casi por completo los tabiques; una visión fuera de lugar.

Si, viajeros; a veces nos encontramos con  hermosas y enigmáticas sorpresas: en un pequeño pueblo de Colombia, paupérrimo y en medio del desierto, se ha levantado con fe una preciosa gran iglesia, una verdadera joya. Queremos saberlo todo de ella, porque parece cosa de locos.



Podemos apreciar que se trata de una iglesia de corte modernista, es fascinante, y grande, muy grande.







Uno se pregunta, ¿como es posible esta joya arquitectónica de suaves líneas curvas con su torre campanario en busca de cielo en medio de la nada? ¿Será el sueño de un loco?.






Ventanales enormes, tragaluces que bordean todo el recinto hacen que incluso desde fuera se intuya que en su interior la luz será algo especial. Y no nos equivocamos, entablamos conversación el párroco, nos cuenta su historia...  comenzó a construirse en 1961, el año de nuestra llegada a al mundo, esta coincidencia nos gusta. El señor cura nos cuenta como esta iglesia es el fruto del esfuerzo sobre todo de gente sencilla, humildes, pobres, es fruto de la fe, su fe; nos desglosa los hechos importantes, nos muestra fotos, libros, disfrutamos de su compañía y a nuestro requerimiento accede a mostrarnos el interior de la iglesia.





El interior es una verdadera maravilla que la cámara de fotos no puede hacer justicia. Es un placer visual, un gozo espectacular, un lugar de paz para que el espíritu se eleve al cielo. En el interior, la luz, como habíamos ya intuido desde el exterior, entra a saco, y reverbera en todos los planos de forma gloriosa. Esta mística que la luz emana ayuda a desconectar con el mundo exterior e invita a sentirse cerca del cielo, más cerca de Dios.













La taberna del pueblo.

Hace calor. Tenemos la garganta seca, estamos con ganas de beber algo. Nos acercamos a la plaza del pueblo buscando "el foro hispano", o sea, la taberna; ese lugar tan común y fácil de encontrar en nuestros pueblos. Un sitio donde rehidratarnos y recuperar los niveles de liquido. En la plaza damos con un vieja taberna tan al uso que parece de atrezo: La Chispa.


Entramos raudos en el bar, que el sol aprieta fuera. No sé porqué en estas ocasiones me acuerdo casi siempre, de mi inseparable compañero -durante tantos años de aventuras-: Longinos, que tenía la teoría de que los pueblos empezaban a ser habitables cuando había en ellos una taberna. Aunque aún es muy de mañana ya hay grupos de ociosos sentados en las mesas. En una de ellas cuatro jóvenes juegan a las cartas y beben cerveza. Nos miran,  nos examinan, y con mezcla de anodina displicencia y de cierta sorpresa nos regalan, no sin un cierto desprecio, un gesto de indiferencia. En otras mesas del local están sentados viejos, con bastones sujetos entre sus piernas. Estos hombres mayores con su mirada ojiplática nos confirman que estamos fuera de sitio... como pez fuera del agua. Mi mujer y nuestro pequeño hijo marchan al aseo y yo me levanto para mirar que hay para tomar. No pueden por menos de seguirnos con la mirada. Escrutan nuestras ropas, mi acento de extranjero les sorprende; se ve muy claro, en este hermoso pueblo, perdido en desierto, no están muy acostumbrados a que les visiten forasteros. En estas, ya sentados tratamos de disfrutar del momento, de esos jugos de fruta tan maravillosos que hay en esta tierra bendita de Dios. Escogemos y nos sirven las bebidas con esa parsimonia que solo aquí se puede disfrutar. Cojo el jugo natural de lulo con mis manos. Comienzo a beber.  Con cada sorbo pasan por mi boca  olas de frescura y mil matices que desencadenan placeres que no pueden ser igualados... ¡Ohlalá!  Me digo para mis adentros. En esto estábamos, cuando entró en el bar un tipo mal encarado, con malas pintas, de aire pendenciero... Parece un yonki. Me sorprendí. Nos mira fijo como un ave de rapiña a sus presas, gesto cetrino como el de un sicario. Desafiante se nos acerca merodeando. Conozco bien esa mirada, es la mirada de la serpiente cuando acecha a una presa que piensa comerse; el tipo habla con el tabernero al oído, le susurra sin parar mientras no deja de mirarnos... Le sirve una cerveza de litro y el tipo se sienta justo atrás nuestro, al lado mismo, puedo sentir su aliento en mi nuca y me siento incómodo. El tipo bebe y bebe, por momentos parece que se calma algo, como si el el mono loco que lleva dentro se tranquilizara con el alcohol. Pero sigue mirándonos de muy mala manera, esa mirada torva y el cejo prieto no me gusta, parece que nos esta tasando en pesos, intenta saber cuanto podemos valer; a si que, viendo el percal, pagamos de tapadillo los jugos y refrescos, y con ágil maniobra de despiste nos vamos en un plis plas. Suben mi mujer y mi hijo al vehículo, arranco e iniciamos la marcha de nuevo, no vamos no sin darnos cuenta que este sitio que dejamos tiene magia, es un sitio precioso, un lugar interesante que merece mucho la pena conocer. Se que voy a volver a Santa Sofía, aunque sea en hermosos sueños.